jueves, 29 de agosto de 2013

"La Traviata" de Giuseppe Verdi en San Sebastián

Estamos en Año Verdi. El capricho de las fechas ha hecho que en este 2013 celebremos los aniversarios de tres de grandes creadores del teatro musical. Richard Wagner que revolucionó la música, Giuseppe Verdi que revolucionó la ópera y Benjamin Britten que consigue tener títulos en el repertorio siendo un creador del siglo XX, con un género desarrollado en el siglo anterior, que no es poco.

Hoy nos vamos a quedar con el italiano y una de sus obras más populares, por no decir la más popular, La Traviata. Según las estadíticas de www.operabase.com La Traviata es la ópera más representada en el mundo y una de las más grabadas, con más de doscientos cincuenta registros disponibles.
Giuseppe Verdi hacia 1850

La Traviata no fue una obra que marcara una revolución en el lenguaje musical de Giuseppe Verdi, no obstante, si fue una obra revolucionaria. Hoy nos puede parecer normal la historia que nos cuenta, basada en La dama de las camelias de Alejandro Dumas y convertida en libreto por Francesco Maria Piave. Sin embargo, en la Europa de 1850 resultó un atrevimiento el que los personajes fueran de actualidad, en vez de los reyes, nobles o héroes de tiempos lejanos. Además, Verdi se había atrevido a dar el protagonismo a una mujer de moral distraída. Pensemos en cuántos asistentes a la ópera, miembros de la nobleza y burguesía, tenían sus propias traviatas y no les debió agradar ir con sus esposas a un espectáculo que luego generase incómodas conversaciones en casa.

Tras un estreno con escaso éxito en el Teatro de la Fenice de Venecia en 1853, debido en buena medida a lo inadecuado de los intérpretes, la popularidad de la obra fue aumentando hasta convertirse en ese icono del mundo operístico que es en la actualidad.

Esta introducción sirve para dar paso a las impresiones que nos ha contado @mya_marta, como todos la conocemos en Twitter, sobre la representación a la que asistió el 11 de agosto en el Kursaal de San Sebastián, con Desirée Rancatore como Violeta, José Bros como Alfredo y Ángel Ódena como el antipático Giorgio Germont. Pietro Rizzo dirigió a los conjuntos integrados por el Coro Mixto Easo y la Orquesta Sinfónica de Euskadi.


VELADA OPERÍSTICA EN EL KURSAAL. IMPRESIONES SOBRE LA TRAVIATA DE GIUSEPPE VERDI


Las mariposas en el estómago no sólo las hace revolotear el amor. También la ópera produce una extraña sensación en la boca del estómago, sobre todo, la espera, la incertidumbre del estreno, el ansioso deseo de escuchar, ver y sentir aquello que de antemano es conocido como sublime.
Con todas las mariposas juntas, agitando sus alas a la vez, me recibió el Kursaal, entre el ruido de las olas y las voces de un público más socializado que nunca, ante los ojos de una de las ciudades más bonitas del mundo, San Sebastián.

San Sebastián: Palacio Kursaal de Rafael Moneo

Lo que ocurrió allí dentro es algo que excede a las palabras, porque pasa por los pensamientos de cada uno. Cada cual ejercía sus cinco sentidos sentado en su cómoda butaca escuchando, entre los acordes, las voces y las toses, lo que siempre en el aire flota, el murmullo que al día siguiente resumirá con términos selectos, escogidos de mil colores, lo que ha de ser el gusto generalizado para una audiencia muy sensible a adjetivos, categorías y etiquetas, a veces indelebles, del Arte de la Ópera.
Así qué sobrevolando la materia espesa de esa atmósfera tan necesaria como casi irrespirable, doy un salto y me planto en la orilla de la playa, donde las olas van y vienen, donde el mar entra por las venas y el cielo se abre ante los ojos.
La Traviata se me presentó así, fresca y cantarina como la espuma de mar, alegre y trágica como las zozobras del océano, inmensa y personal como las velas que el velero despliega cuando el viento empuja.
Y es que la orquesta era ese viento que arreciaba con ímpetu y amainaba con suavidad a lo largo de la travesía. Y el escenario era esa cubierta que desprovista de adornos y a veces con necesidad de aparejo, servía para surcar los mares embravecidos. Y los coros eran la tripulación entregada y abnegada que sin descanso y mirando a proa casi por primera vez, cumplía las órdenes para una singladura venturosa.


Que mis ojos y mis oídos me mostraban lo que yo quería... A lo mejor sí, pero sin ese empeño alegre, dejaría de lado el mismo deseo, multiplicado en su intensidad, que tienen los actores de este gran teatro que es la ópera.
Y es que Desirée fue Violetta en el escenario; fue ella, y fue toda su vida dedicada a expresar con su voz, con su cuerpo y con su alma lo que nosotros anhelamos comprender; fue Violetta y fue el corazón del compositor, de Verdi, que la ponía allí como de puntillas, para que nuestros frágiles propósitos de objetividad cayeran por la borda de las ilusiones sentidas, del dolor comprendido, del júbilo, del amor y las lágrimas por su entrega.


Por supuesto que José dejó allí su piel y su estampa con Alfredo, que mostró que el barco era suyo, que navegaba bajo su bandera contra viento y marea, que su corazón y su cabeza se acompasaban para traspasarnos con la ingenuidad del desconocimiento de las reglas del amor, de la familia, de la venganza, de los remordimientos y del perdón.

¿De qué se trataba?
¿De llorar con Ah! dite alla giovine? Pues sí ¡se me enturbiaron los ojos!
¿De estremecerse con Addio del passato? Pues sí ¡se me encogió el corazón!

¿De terminar con Parigi o cara y no querer que se muera? Pues sí ¡hubiera dado lo que fuera por una medicina salvadora!
¿De salir con los sentimientos a flor de piel? ¡Pues también!

 

Verdi llenaba el espacio del teatro, la entrada del teatro y la calle del teatro. Estaba entre todos y cada uno, estaba en el pulso de mis sienes, estaba en los parpadeos de mis ojos, en los latidos acelerados del corazón, en las palabras al intentar decir..., sí, simplemente decir, ¡gracias por una velada de ópera con La Traviata!

@mya_marta

domingo, 25 de agosto de 2013

La conclusión orquestal de "El Ocaso de los Dioses" de Wagner

Richard Wagner
El Ocaso de los Dioses (Götterdämmerung), última de las jornadas de El anillo del nibelungo de Richard Wagner tiene uno de los finales más bellos y, a la vez, espectaculares del teatro musical de todos los tiempos. Tras una de las escenas más exigidas para la voz de soprano dramática de toda la historia, la conocida como la Inmolación de Brünnhilde, en la escena asistimos al fuego de la pira funeraria de Siegfried, a la que se lanza Brünnhilde con su caballo y al desbordamiento del Rin. Sólo el malvado Hagen cantará su desesperado Zurück vom Ring! (¡Aquí el anillo!), al ver aparecer a las Hijas del Rin. que van a recuperar por fin el oro que les fue arrebatado. Entre estas últimas notas cantadas por Hagen y el final de la obra queda aún un buen puñado de compases, en los que Wagner, sólo con el uso de la gran orquesta, nos va a contar el final del drama. Las Hijas del Rin recuperan el oro y nadan felices en el río que desbordado ha ocupado la escena. El gran palacio de los dioses, el Wallhall va ser consumido por las llamas del enfurecido Loge que recupera así su libertad. Es el ocaso de los dioses, tal como reza el título de la obra. Al final esa redención por el amor goethiana, ya tratada por Wagner en una obra tan lejana como el juvenil El holandés errante, sonará en la orquesta como un mensaje de esperanza.

Inmolación de Brünnhilde por Arthur Rackham
Todo este final orquestal que transcurre entre la muerte de Hagen y el final de la obra es el que voy a intentar explicar con la ayuda de unos cuantos ejemplos. Sólo me voy a centrar en aspectos estrictamente musicales. La génesis de la obra, sus cambios o las diferentes ideologías que subyacen en ella, exceden la intención de esta entrada. Tiempo habrá en un futuro para dedicarles la atención que se merecen.

¿De qué se vale Wagner para llevar a cabo este final sin canto? La respuesta es sencilla, utiliza varios de los leitmotiv que han ido apareciendo en la obra, alguno que no sonaba desde la primera escena del prólogo El oro del Rin. De esta forma, Wagner parece contestar, con un ejemplo práctico, al irónico Debussy que argumentaba que los leitmotiv no son más que tarjetas de presentación que entregan los personajes; que un uso adecuado del leitmotiv es muchísimo más que eso.

Para intentar explicar lo que hace Wagner en este final me voy a servir de un video con una versión, sólo instrumental, de la Orquesta Nacional de España con Josep Pons. Se inicia la escena final con el canto de Brünnhilde Grane, mein Roß! Sei mir gegrüßt! (¡Te saludo! ¡Grane, caballo mío!) una vez encendida la pira funeraria. Suena el tema de las walkyrias, el de la redención por el amor, el del fuego mágico, hasta que el Rin se desborda y Hagen dice sus últimas palabras. Este vídeo, grabado en un concierto en el Auditorio Nacional de Madrid, tiene la ventaja de que podemos ir viendo el uso que Wagner hace de las diferentes familias orquestales en cada momento. Ahora será todo el poder descriptivo de la orquesta wagneriana el que nos narrará el final del drama.


Hagen muere en el 3:40, suena por última vez la maldición del anillo. A partir de ahora los diferentes leitmotiv nos van a relatar el final de la tragedia.  Suena el tema de las Hijas del Rin en las maderas (3:54), pero no es un motivo al azar de los que se asocian con ellas, es el tema con el que se inició El Oro del Rin después del preludio. ¿Por qué usa Wagner ese tema y no el del Oro? Es otra de las genialidades del Maestro, cuando Woglinde inicia el canto con su Weia! Waga! Woge, du Welle! (¡Weia! ¡Waga! ¡Mécete ola!) el estado natural, por lo que respecta al Rin y su oro, aún no se había alterado por la acción de Alberich; así que una vez recuperado el oro y liberado de la maldición por la acción purificadora del fuego, en la orquesta suena el mismo tema. El orden natural ha sido reestablecido. Escuchemos ahora este motivo cuando aparece por primera vez, apenas iniciado El Oro del Rin. Las alegres ondinas nadan despreocupadas, ajenas al drama que se va a desencadenar en pocos minutos. Este es uno de los temas que representan la naturaleza inocente, contra la que se produce la lucha por el poder representado por el oro.





En el minuto 4:04 aparece otro motivo, esta vez en los metales, es el tema del Walhall, con él Wagner nos indica que el fuego está a punto de llegar a la fortaleza de los dioses para arrasarlo todo. Escuchamos la primera vez que aparece el tema del Walhall al final del interludio entre la primera y la segunda escenas de El oro del Rin. La música es aquí bella y majestuosa.





En 4:12 se repite por segunda vez el tema de las Hijas del Rin, pero enseguida llega una variación sobre la exposición anterior, en 4:15 aparece en las cuerdas una bellísima melodía, es el motivo de la redención, ambos motivos entrelazados culminan en 4:25 con la reaparición del Walhall en los metales. El motivo de la redención aparece por primera vez en La Walkyria cuando Sieglinde se despide de Brünnhilde, que permanece en escena para aplacar la ira de Wotan. En el siguiente ejemplo, de la Ópera de Baviera bajo la dirección de Wolfgang Sawallisch, nos lo canta Cheryl Studer (1:20). La walkyria es Hildegard Behrens.





Al finalizar la tecera repetición del motivo de Las hijas del Rin y el de la redención toma protagonismo el motivo del Walhall, siempre en los metales (4:41), pero algo está pasando con el tema, no se desarrolla como debiera, parece que se está descomponiendo. Además han empezado a oírse en las cuerdas unas fuguraciones que no habían aparecido hasta ahora. La razón es clara, esas figuraciones forman parte del tema del fuego mágico. Después de unos cuantos compases, en las maderas se escucha el motivo del fuego con mayor intensidad que el del Walhall (5:30), Loge ha llegado, la fortaleza está ardiendo, el ocaso de los dioses se ha consumado. En el siguiente ejemplo de La Walkyria aparece el tema de Loge en su faceta de fuego mágico (desde el 0:20 hasta el final, con breves apariciones del motivo del sueño mágico). 
Wagner, aún hace sonar por última vez el motivo de Siegfried (5:45), causante final, a su pesar, de toda la tragedia. Aprovechando el ejemplo del fuego mágico escuchamos a Hans Hotter cantar premonitoriamiente Wer meines Speeres Spitze fürchtet / durchschreite das Feuer nie! (¡Quien tema la punta de mi lanza / no traspase jamás este fuego!), la melodía no es otra que el motivo de Siegfried (2:15) que enseguida es repetida por los metales, para, tras la aparición del sueño mágico, volver al motivo del fuego hasta el final de la obra. Georg Solti y la Filarmónica de Viena son los intérpretes de esta maravilla.




Pero volvamos al Ocaso de los Dioses, con la expansión del motivo de Siegfried parece que la obra va a finalizar. Pero no es así, la obra no puede acabar en una tragedia total de fuego y destrucción. Con una reducción de la dinámica, que algunos directores, como Pons en nuestro ejemplo (5:59), convierten en un silencio inexistente en la partitura, Wagner va a finalizar la Tetralogía con el motivo de la redención, ahora ya en solitario, dando al público un mensaje de esperanza al que me referí en la introducción (6:02).

Y para acabar,  no me puedo resistir a poner entera la escena de la Inmolación de Brünnhilde. La canta, y como, la mezzo Christa Ludwig, que se prestó a cantar esta escena y la Muerte de Isolde, papeles que nunca cantó en escena, en un concierto en Hamburgo el 24 de marzo de 1963. El concierto era uno de los actos del Año Wagner (150º aniversario de su muerte) y dirigiendo a la Orquesta Sinfónica de la Radio del Norte de Alemania (NDR), estaba la razón por la que Christa Ludwig cantó tan exigidas escenas. El viejo Hans Knappertsbusch iba a dar otra de las lecciones que sólo él era capaz de dar. Para escuchar y disfrutar una y otra vez.









miércoles, 21 de agosto de 2013

A la Música

La idea de este blog es compartir experiencias sobre música, compositores, obras, intérpretes,  personajes, ... y todo aquello que rodea a este mundo de locos que es la buena música.
El título proviene de un Lied de Franz Schubert (1797-1828), compositor austriaco que, en esta hermosa canción, realiza un bello himno al arte de la música. El Lied es de 1817 y esta basado en un poema de Franz von Schober (1796-1882) amigo del compositor.
Escuchemos ya este bello Lied de uno de los más grandes compositores del género.

Schubert pintado por Wilhelm August Rieder en 1825

An die Musik (Schubert/Schober)
Du holde Kunst, in wieviel grauen Stunden,
Wo mich des Lebens wilder Kreis umstrickt,
Hast du mein Herz zu warmer Lieb' entzunden,
Hast mich in eine beßre Welt entrückt!

Oft hat ein Seufzer, deiner Harf' entflossen,
Ein süßer, heiliger Akkord von dir
Den Himmel beßrer Zeiten mir erschlossen,
Du holde Kunst, ich danke dir dafür!

A la Música (Schubert/Schober)
 ¡Tu bello arte, en cuántas horas oscuras,
cuando me oprime el círculo feroz de la vida,
has inflamado mi corazón con un cálido amor,
me has llevado a un mundo mejor!

Con frecuencia se ha escapado un suspiro de tu arpa,
un dulce y sagrado acorde tuyo
me ha abierto el cielo de tiempos mejores.
¡A ti bello arte, te doy las gracias por ello!



Para finalizar esta primera entrada, comentaré algo sobre los dos músicos que nos han acercado este Lied. Canta el barítono berlinés Dietrich Fischer-Dieskau (1925-2012), uno de los más grandes intérpretes de Lied de todos los tiempos. Sus grabaciones de Beethoven, Schubert, Schumann, Brahms, Wolf o Mahler son hitos de la historia de la fonografía. Le acompaña Gerald Moore (1899-1987) pianista británico, uno de los mejores acompañantes del siglo XX. Trabajó con cantantes como Kathleen Ferrier, Hans Hotter, Elisabeth Schwarzkopf o Victoria de los Ángeles. Junto a Fischer-Dieskau realizó la grabación de casi todos los Lieder de Schubert (más de 600) para el sello Deutsche Grammophon.