martes, 24 de junio de 2014

La magia de la noche de San Juan: "Feuersnot" de Richard Strauss



Hay fechas que son mágicas en todas las culturas. Entre ellas, merece una especial mención la noche más corta del año, el solsticio de verano. Este rito de paso, con mucho de pagano, se cristianizó en la noche de San Juan, una de las más mágicas del calendario anual, que además de fuego y hogueras, también inspiró alguna obra musical.

La obra de hoy es bastante desconocida, injustamente. Comencemos por su título, difícil de traducir, se trata de Feuersnot de Richard Strauss, al que seguimos recordando en el mes en que ha cumplido ciento cincuenta años. La traducción literal, que no explica claramente lo que es la obra, sería La necesidad del fuego. Aún así, es mejor que otros títulos que he visto a veces, tan curiosos como Incendio o Las hogueras de San Juan.

La obra de Richard Strauss es su segunda ópera, compuesta tras la fallida Guntram que fue estrenada en 1894. Cuando Strauss comienza la composición de Feuersnot es un compositor muy experimentado en el campo sinfónico y con un gran número de grandes obras en su catálogo. Don Juan (1889), Muerte y transfiguración (1891), Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel (1895), Así habló Zaratustra (1896), Don Quijote (1898) y Una vida de héroe (1899), son obras maestras conocidas por todos los aficionados. Además Strauss tiene ya una amplia experiencia práctica en el campo de la ópera como director, primero en Múnich y Weimar y, más tarde, en la Ópera de la Corte de Berlín en el momento de la composición de Feuersnot.

Richard Strauss hacia 1900
Su única experiencia operística como compositor no ha sido satisfactoria. En Guntram, obra en la que al estilo de Wagner, Strauss pone música a un libreto propio; las deudas con el estilo wagneriano son demasiado evidentes, y la obra, pese a algunos bellos pasajes, se hace larga y demasiado enjundiosa.

Para esta segunda ópera Strauss, ha aprendido la lección. Va a prescindir de la retórica de Guntram y va a contar una historia más sencilla, pero en la que pretende dar un toque de atención a sus paisanos muniqueses. Los mismos que con sus prejuicios y conservadurismo expulsaron un día a Richard Wagner y casi a él mismo, el otro Richard, que no ha conseguido ser profeta en su tierra.

El libreto esta vez es de Ernst von Wolzogen (1855 - 1934), que sería el fundador del Cabaret político en Alemania. La historia que nos cuenta pasa en la ciudad de Múnich en una época indeterminada entre la Edad Media y el Renacimiento y a una hora fabulosa de la medianoche. La acción, en este caso muy sencilla, transcurre en la preparación del festival de verano, o sea, las hogueras de San Juan. La historia nos cuenta que Kunrad, un mago que vive en la ciudad, está molestando a todos con sus opiniones, entre otras cosas riéndose del amor eterno que se juran los enamorados esa noche. En su osadía llega a besar, en público, a la hija del alcalde, Diemut. La astuta Diemut decide vengarse del mago y le cita por la noche. Llegado el momento de la cita, Kunrad se sube en una cesta para llegar a la ventana de Diemut, ésta le sube con una cuerda y deja suspendida la cesta a media altura, sin llegar a la ventana, para dar un escarmiento al mago. Cuando todos le ven allí colgando en una cesta, se ríen y se burlan de él. Pero lo que no se esperan es que con su magia Kunrad apague todos los fuegos de la ciudad. La fiesta ha terminado. Todo el pueblo está asustado, el mago ha robado el fuego. Le piden que lo restaure, pero Kunrad se niega. Finalmente dice que sólo devolverá el fuego a la ciudad si se le entrega el cuerpo de una virgen. El pueblo se dirige a Diemut e intentan persuadirla de que se entregue a Kunrad para que se restaure el orden de las cosas. Finalmente, Diemut se une a Kunrad y en la orquesta suena el tema de amor entre Kunrad y Diemut, inmediatamente el fuego vuelve a las hogueras y las casas de la ciudad de Múnich.

Sendlinger Tor en Múnich. En sus alrededores han situado la acción de "Feuersnot" algunas
escenografías de la Ópera de Baviera

Escuchemos el dúo del primer acto, Feuersnot! Minnegebot! (¡Necesidad del fuego!¡Mandato del amor!)  en una versión histórica de los años cuarenta. Maria Cebotari y Karl Schmitt-Walter, como Diemut y Kunrad, con la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín, dirigidos por Artur Rother.


Para este curioso argumento, Richard Strauss compone una música de gran nivel, con destacados pasajes en los que brilla su maestría en el campo orquestal, sólo hay que escuchar ese interludio, que es el tema de amor entre Kunrad y Diemut. La obra tiene algún momento que hace que no sea totalmente redonda, pero sin una gran relevancia en lo que es el resultado final.

Esuchemos esa escena de amor, que es el interludio de Feuersnot, en otra grabación histórica, esta vez con Sir Thomas Beecham y Royal Philharmonic Orchestra en una grabación de 1947. Tras esta magnífica página volverá el fuego a las calles de Múnich.





La ópera se estrenó en Dresde el 21 de noviembre de 1901 bajo la dirección de Ernst von Schuch y posteriormente en Viena el 29 de enero de 1902 bajo la cuidadosísima dirección de Gustav Mahler. Pese a estos dos estrenos de altísimo nivel, la obra cayó rápidamente en el olvido. Es cierto que asustó en la sociedad conservadora de la época esa sexualidad latente que impregna la obra, pero comparado con lo que hará el mismo Strauss en Salome, sólo cinco aňos más tarde, Feuersnot aparece como una obra apta para todos los públicos.

Pese a todo, Feuersnot, ha quedado fuera del repertorio de los teatros. La música es muy bella, no tanto el texto, pero ya sabemos que hay muchas óperas de éxito con flojos libretos. En primer lugar es una obra muy localista, pasa en Múnich y critica a Múnich. El personaje de Kunrad es un Richard Wagner que es criticado por la sociedad conservadora muniquesa, a la que da una conveniente lección. Ese localismo también afectó a una obra tan importante como Los maestros cantores de Núremberg de Wagner, que tardó en imponerse en Berlín al considerarla un asunto bávaro. Pero es que Strauss y Wolzogen llevan el localismo a extremos de llegar escribir largos pasajes en bávaro, lo que limita la difusión de la obra, incluso en otras zonas de Alemania. Además entre sus personajes hay herreros, panaderos y demás gremios, lo que hace pensar enseguida en Los maestros cantores de Núremberg de Wagner, que también transcurre en la fiesta de San Juan, haciendo que Feuersnot parezca una secuela de la obra de Wagner. Pero la verdadera razón, es que Salome, Elektra, El caballero de la Rosa, Ariadne en Naxos o La mujer sin sombra, que vinieron más tarde, casi todas nacidas de esa bendita sociedad entre Strauss y Hofmannsthal, mandaron irremediablemente al olvido una obra, que, sin embargo, es muy disfrutable y no sólo para los enamorados de Múnich como yo.

Por suerte hay dos buenas grabaciones que permiten conocer una obra con una muy bella música. Ambas están realizadas en Múnich. La primera, en vivo, en la Ópera Estatal con Rudolf Kempe a la batuta y Marcel Cordes y Maud Cunitz en los papeles principales (Orfeo d’Or, 1958) y la segunda de la Radio de Múnich con dirección de Heinz Fricke y unos óptimos Bernd Weikl y Julia Varady (Arts, 1984).

martes, 3 de junio de 2014

Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal una bendita sociedad

Generalmente, la ópera es cosa de dos, a menos que te apellides Wagner. Tenemos un libretista que es el autor del poema y un compositor que va a traducir esos versos en música. Esta sociedad, no es equitativa. La función del compositor está muy por encima de la del poeta. Tiene su lógica, todos los grandes operístas, han influido en sus libretistas para conseguir los efectos teatrales necesarios para el drama. Ese prima la musica e poi le parole, se ha demostrado con claridad en casi todas las ocasiones. Todos sabemos quién es el compositor de Fidelio, pero si preguntamos por el libretista, en este caso libretistas, a más de uno se le va a complicar la respuesta.

Aún así, ha habido grandes colaboraciones en el mundo de la ópera que se han acercado a la colaboración de igual a igual. Cómo olvidar ese mágico dúo Wolfgang Amadeus Mozart y Lorenzo da Ponte, que nos dieron tres de las más grandes óperas jamás escritas, Las bodas de Figaro, Cosi fan tutte y, la ópera de las óperas, Don Giovanni. La otra gran asociación se produjo con el veterano Giuseppe Verdi y el más joven Arrigo Boito al servicio de Shakespeare. Otello y Falstaff fueron los frutos de esta colaboración, junto con alguna revisión de obras anteriores. Pero, siendo Da Ponte y Boito figuras muy importantes, su fama no sería la misma si no fuera por su asociación con Mozart y Verdi.

El caso de Richard Strauss fue un poco diferente. Nuestro compositor había hecho sus pinitos en la ópera componiendo la primeriza Guntram con libreto propio, emulando al otro Richard. La obra, que tiene bellos pasajes, resulta poco personal, con muchas influencias wagnerianas. Al final resultó una obra fallida con un libreto excesivamente ampuloso. Con Feuersnot de 1901, las cosas van mejor. Strauss ha buscado un libretista, en este caso Ernst von Wolzogen. La música tiene momentos excelentes. Aún no es una obra redonda, pero Strauss ya va por el buen camino. El éxito en la ópera llegará con Salome de 1905. En este caso, Strauss no necesitará libretista, o digamos mejor, tiene uno de excepción, el mismísimo Oscar Wilde. Para este trabajo, Strauss utilizará la traducción al alemán de la obra de Oscar Wilde realizada por Hedwig Lachmann, realizando sólo algunos cortes para adaptar la obra teatral a la obra musical. Después del portentoso músico sinfónico que había asombrado a todos en la década de 1890, el mundo de la música acababa de ver nacer al gran operista.


Richard Strauss hacia 1900
Antes de la composición de Salome, Richard Strauss había conocido a un joven poeta en Berlín. Era 1899 y en casa de Richard Dehmel, el autor del poema Noche Transfigurada que inspirará la impresionante obra de Arnold Schönberg, Strauss se encontrará con Hugo von Hofmannsthal, nacido en Viena en 1874. Aunque seguirán en contacto, ambos creadores seguiran sus caminos artísticos por separado.

En 1903, Strauss vuelve a acercarse a Hugo von Hofmannsthal, mejor dicho, a su obra. En Berlin se representa el drama inspirado en la mitología clásica, Elektra de Hofmannsthal, con dirección escénica de Max Reinhardt. Strauss asistirá a la representación y quedará gratamente impresionado. Strauss escribirá: Nada más ver el genial poema de Hofmannstahl en el "Pequeno Teatro" de Berlín con Gertrud Eysolt, reconocí el brillante libreto de ópera. 

 
Hugo von Hofmannsthal en 1910


En ese instante, acaba de nacer una de las sociedades artísticas más importantes de la historia de la música. Strauss pedirá a Hofmmansthal que haga algunas modificaciones en su poema. El poeta satisfacerá al músico. El resultado, una de las más geniales obras musicales del siglo que acababa de comenzar.

En Kareol están casi todos los libretos de la colaboración Strauss-Hofmannsthal, sólo falta La Helena egipciaca, obra escasamente conocida de Strauss. Vale la pena acercarse a los textos para ver la calidad de la escritura de Hofmmansthal. Las traducciones están realizadas por aficionados, a los que hay que agradecer su tiempo y dedicación, pero el Elektra, El caballero de la rosa y La mujer sin sombra, recomiendo buscar traducciones profesionales, existen de las tres obras en español, porque estamos ante tres textos de gran riqueza que merece la pena conocer en las mejores condiciones.

Para ir terminando con Elektra vemos como música y texto se funden en un solo elemento dramático en este pasaje en el que Elektra le desea la peor de las muertes a su madre Klytämnestra. Vemos como la música describe el horror que siente la madre y el salvajismo que domina la mente de la hija ávida de venganza. Al final de la escena se giran las tornas, al llegar la noticia de la, falsa, muerte de Orest. Si además tenemos a Leonie Rysanek y Astrid Varnay interpretando a hija y madre, con la batuta del anciano, pero conocedor de la materia, Karl Böhm, sólo hay que prepararse para pasar un poco de miedo.




Elektra se iba a estrenar el 25 de enero de 1909 en la Ópera de la Corte de Dresde con considerable éxito, pese a la dureza del tema y la modernidad de la música. Strauss había consolidado su fama de operísta y campeón de la vanguardia iniciada cuatro años antes con Salome.

Con Elektra Strauss había llevado la música al límite del sistema tonal. Todo el mundo pensaba que en su próxima ópera, aún iba a ir más allá. Pero no fue así, al menos en apariencia. Strauss pidió a su colaborador, Hofmannsthal, un texto ambientado en la Viena de Maria Teresa. Así nació Der Rosenkavalier (El caballero de la rosa), título predilecto del público desde su estreno en Dresde el 26 de enero de 1911. La obra es una comedia con tintes melancólicos. El inexorable paso del tiempo es uno de los elementos que trata la obra, especialmente en el papel de la Mariscala. Noble cercana a la madurez que tiene un amante muchísimo más joven que ella y que al final la dejará para casarse con la joven Sophie. Strauss recurrió en esta obra al anacronismo de hacer sonar valses en muchas escenas festivas, especialmente en el segundo acto. Al vals le faltaba un siglo para popularizarse en Viena, no tiene nada que ver con el tiempo en el que transcurre la acción. El libreto de Hofmannsthal es otro prodigio, en este caso recrea todo lo que puede dar de si el dialecto vienés en las escenas populares. Así el Barón Ochs habla con un alemán, digamos de pueblo. Lo mismo hace Oktavian cuando se viste de la doncella Mariandl. Hofmannsthal utiliza toda la riqueza del idioma en función de las diferentes escenas. Pese a que todo el mundo pensó que con El caballero de la rosa Strauss daba un paso atrás, es a veces más audaz armónicamente que las dos temibles y vanguardistas óperas anteriores.

Disfrutemos de la escena final del acto segundo de El caballero de la rosa en la que un zafio y bastante patán Barón Ochs se lamenta de que le haya batido en duelo Oktavian, tan joven y con una espada nos dice asombrado. Al final cuando llega la liante Annina con un mensaje de Mariandl, la trampa para el Barón está preparada, cambia su humor y se pone a cantar a ritmo de vals: Ohne mich, ohne mich, jeder Tag dir so bang / mit mir, mit mir, keine Nacht dir zu lang (Sin mi, sin mi, cada día será triste / conmigo, conmigo, ninguna noche se te hará larga). Interpreta la escena el Maestro Kurt Moll, Ochs ideal, con la Filarmónica de Viena dirigida por Herbert von Karajan en el Festival de Salzburgo.




Después de estos dos grandes éxitos llegó el primer fiasco. La culpa no fue ni de la música, ni del texto. El problema fue querer abarcar demasiado. Para una representación de El burgués gentilhombre de Molière, dirigida por Max Reinhardt, se pensó acabar con una breve ópera de tema mitológico. La breve ópera se hizo demasiado larga y junto a la obra de teatro aburrió al público. Los que querían ver la ópera tenían que esperar toda la representación y para los espectadores del teatro resultaba un extraño estrambote. Así vio la luz Ariadne auf Naxos (Ariadna en Naxos) en el Pequeño Teatro de la Corte de Stuttgart el 25 de octubre de 1912. Los siguientes estrenos en otras ciudades no fueron mejor que en Stuttgart. 

Strauss había compuesto además una música incidental para la obra de Molière. Desgajada de la ópera había nacido la suite El burgués gentilhombre. Convencido de la necesidad de modificar la obra, trabajó con Hofmannsthal, acortando la ópera, pero añadiendo un prólogo del tipo teatro dentro del teatro. El protagonista es un compositor, uno de esos personajes travestidos que tanto gustaban a Strauss y Hofmannsthal, que está angustiado ante la representación de su ópera, que no es otra que Ariadne auf Naxos. Esta segunda versión, la definitiva, se estrenó en en la Ópera de la Corte de Viena el 4 de octubre de 1916. Pese a tener un éxito mucho menos importante que las tres óperas precedentes, Ariadne auf Naxos es una ópera que definitivamente se asentó en el repertorio y es una de las más representadas de su autor. El texto es otra maravilla que combina el mundo teatral por dentro, junto a una obra de carácter mitológico a la que se le unen toques de la Commedia dell'arte. Strauss vuelve a mostrar su genio musical y de extraordinario orquestador, consiguiendo al final de la obra, en el dúo entre Ariadne y Bacchus, un climax casi wagneriano con una orquesta de sólo treinta y seis instrumentistas.   

Escuchemos este final en las voces de Hildegard  Hillebrecht (Ariadne) y Jess Thomas (Bacchus), con la Orquesta Sinfónica de la Radiodifusión de Baviera bajo la dirección de Karl Böhm.




Llegamos ahora al punto más alto de la colaboración entre Hofmannsthal y Strauss. Habrá quien preferirá El caballero de la rosa o Elektra, ambas grandísimas obras de arte. Para mi, la gran ópera de Strauss apoyado en el maravilloso poema de Hofmmansthal, es Die Frau ohne Schatten (La mujer sin sombra). El texto bastante complejo y lleno de simbología es un viaje iniciático, en la estela de La flauta mágica de Mozart y Parsifal de Wagner. La Emperatriz debe llegar a tener sombra, o el Emperador se convertirá en piedra. En la tradición de los relatos de sombras de la literatura universal, y de la alemana en particular, con  La maravillosa de Peter Schlemihl de Adelbert von Chamisso a la cabeza.

Aquí la Emperatriz no ha perdido su sombra, no la ha tenido nunca, no es humana. Convertida en gacela y cazada por el Emperador, se convierte en su mujer. Así han vivido once lunas, despreocupados del sufrimiento de los humanos. Hacen el amor de noche y el Emperador caza de día. Si cuando llegue la duodécima luna, para la que faltan tres días la Emperatriz no tiene sombra, regresará al mundo de la magia del que procede y el Emperador se convertirá en piedra.

La malvada Nodriza va a ayudar, en realidad hará todo lo contrario, a conseguir una sombra a su protegida. Le robarán la sombra a una humana. Con el trato con los humanos se incia el cambio. La Emperatriz se va haciendo cada vez más persona, empieza a entender las pasiones humanas. Al final tiene que elegir. La Emperatriz, en uno de los monólogos más bellos de la historia de la ópera se dirige a su padre, Keikobad, el Rey de los Espíritus, responsable de todo lo que está ocurriendo. Con el Emperador ya convertido en piedra, sólo puede mover los implorantes ojos, le hacen la proposición: Di yo quiero y la sombra de la mujer será tuya. Salvará al Emperador y la pareja de humanos morirá. En un momento de tensión casi insoportable la Emperatriz va a responder. Aquí juega importancia el idioma original, el alemán. Para aceptar la oferta debe decir ich will (yo quiero). Prácticamente en parlatto responde ich-will-nicht (yo no quiero), en español la negación va antes del verbo, en alemán va después, durante un breve instante no sabemos que ha decidido la Emperatriz. Nada más pronunciar estas palabras, el cuerpo de la Emperatriz proyecta por fin su sombra, ya es humana. El Emperador vuelve a la vida que se le escapaba y la pareja de humanos, Barak y su mujer, se han salvado.

Escuchemos el maravilloso monólogo Vater bist du's? (¿Eres tú, Padre?), con la Emperatriz de las Emperatrices, Leonie Rysanek y la Orquesta Filarmónica de Viena dirigidos por Karl Böhm en 1955. Esta grabación, basada en otra en vivo del festival de reapertura de la Ópera de Viena, es la summa artis de esta maravillosa ópera. Nadie, ni siquiera Leonie Rysanek y Karl Böhm en grabaciones posteriores se acercan a este milagro. Sólo hay que escuchar la introducción orquestal con ese maravilloso sonido de las cuerdas, para ver que estamos ante algo de nivel superior. A partir de 6:43 Emmy Loose en el papel de Guardián del Umbral del Templo hará la fatal propuesta a la Emperatriz. Se oirán las voces de Barak (Paul Schöffler) y su mujer (Christel Goltz) que están perdidos, a merced de la voluntad de la Emperatriz. Gran tensión en 10:05, sigue un atormentado parlatto de la Emperatriz y el coro recuerda que el Emperador se va a convertir en piedra. El Guardián del Templo repite su oferta, se oye a Barak y su mujer pidiendo misericordia. Disonancias en la orquesta y en 12:42 la tensión se resuelve con el Ich will nicht de la Emperatriz. Impresionante escena.





Strauss y Hofmannsthal trabajaron en La mujer sin sombra entre 1911 y 1915. Finalizada la obra en plena Primera Guerra Mundial, el estreno se postergó. Al final, subió a escena por primera vez en la Ópera de Viena el 10 de octubre de 1919. Lo complejo del tema y el recuerdo de los horrores de la guerra, hicieron que la ópera no fuese comprendida. Además es una ópera difícil de interpretar, con una orquesta virtusística y una escritura vocal muy compleja. Finalmente, y aunque no demasiado representada, se ha impuesto en el repertorio y es obra favorita de sus dos casas, la Ópera del Estado de Viena y la Ópera de Baviera.

Un breve comentario sobre las dos últimas obras de la colaboración Strauss-Hofmannsthal. En 1928, se estrenó Die ägyptische Helena (La Elena egipciaca), nueva vuelta al tema mitológico. Buenos momentos musicales, otros menos inspirados, aunque siempre de excelente factura, para un texto que no interesó al público. Es una de las óperas de Strauss menos grabadas y representadas. Se estrenó en la Semperoper de Dresde el 6 de junio de 1928. Strauss insatisfecho realizó una revisión que se estrenó en el Festival de Salzburgo de 1933.

La colaboración estaba llegando a su fin, el 13 de julio de 1929, Franz el hijo de Hofmannsthal se sucidó. Dos días más tarde Hugo von Hofmannsthal sufrió un derrame cerebral y falleció. En ese momento estaba trabajando en la adaptación de su novela Lucidor para el libreto de una nueva ópera de Strauss. Sólo cinco dás antes de su muerte Hofmannsthal había enviado a Strauss el final del texto. La obra se iba a titular Arabella. Strauss trabajó en el texto de su amigo fallecido.

Volvemos a Viena con una comedia a finales del siglo XIX. Una familia arruinada. La hija mayor, Arabella, que debe buscar un buen partido, el rico pero un poco pueblerino Mandryka. La hija pequeña, Dzenka, que se viste de hombre porque la familia no puede mantener el ritmo económico y social que imponen dos señoritas en la Viena Imperial. Muchos lios entre los amantes y finalmente, la reconcilición. Esta bella ópera se estrenó en la Semperoper de Dresde el 1 de julio de 1933.

Escuchemos la escena final, de la reconciliación entre Arabella, Lisa della Casa, y Mandryka, el impresionante George London, en la grabación de estudio realizada por DECCA en 1957, con la Filarmónica de Viena y Georg Solti.



Pero el trabajo conjunto de Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal iba a dar aún más frutos. Hofmannstahl iba a escribir el argumento del ballet Josephslegende (La leyenda de José), obra raramente programada y grabada.

Mucho más importante fue otra colaboración. Junto al director teatral Max Reinhardt, el de la Elektra en Berlín que marcó el inicio de la colaboración entre poeta y compositor, iban a fundar en 1920 el Festival de Salzburgo. Todos los años el Festival se inicia con la obra teatral de Hofmannsthal Jedermann (Cada cual), representada al aire libre en la Plaza de la Catedral de Salzburgo.

Hugo von Hofmannsthal fue un autor literario muy importante, su nombre llegó a sonar para el Premio Nobel de Literatura, galardón que quizá hubiera obtenido de no morir a los cincuenta y cinco años. No hay demasiado traducido al español, pero si están en alguna antología El cuento de la noche 672 y La carta de Lord Chandos. Vale mucho la pena buscarlos y leerlos.

Strauss se quedó demasiado pronto sin su genial colaborador. Su producción operística se resintió. Los textos de Joseph Gregor no eran de su agrado. Sólo una vez, volvió el genio de Strauss a manifestarse en todo su esplendor. Fue junto a otro grande de la literatura austriaca, Stephan Zweig, que iba a escribir para él Die schweigsame Frau (La mujer silenciosa).