Este pequeño artículo apareció el mes de junio de 2013 en la revista El estornino de Mozart, realizada por diferentes usuarios de Twitter, y destinado a celebrar los 200 años del nacimiento de Richard Wagner. Como esta revista, parece que es un proyecto que, definitivamente, ha pasado a mejor vida, he decidido recuperar algunos de los artículos que escribí y adaptarlos a este medio. En el caso de este artículo, no he cambiado nada, la limitación de espacio era de seiscientas palabras, y así se ha quedado. Sólo he añadido las fotos y ejemplos musicales. Está redactado como la carta que me dictó el Maestro el año pasado y en la que nos habla de sus tiempos mozos. Espero que os guste, la única finalidad, es que paséis un buen rato y, quizá, esbocéis una sonrisa.
Me llamo Richard y
nací el 22 de mayo de 1813 en el Brühl, la judería de Leipzig. Por las caras
que habéis puesto algunos intuyo que esto no os lo esperabais, con todo lo que
se ha dicho, y se dirá, sobre mi y los judíos. Cuando nací las tropas
napoleónicas dominaban la ciudad, pero no tardaron en ser derrotadas el la
famosa Batalla de las Naciones. Poco después murió mi padre Friedrich Wagner,
Actuario de Policía en Leipzig y me quedé huérfano en mi primer medio año de
vida.
Mi madre Johanna
Rosine, Pätz de soltera, era una mujer fuerte y animosa, pero le hubiera sido
muy difícil sacar adelante a sus ocho
hijos. Ahí es cuando aparece la figura de mi padrastro, el buen Ludwig Geyer,
actor, dramaturgo y pintor de talento. Geyer era amigo de la familia, y se casó
con la viuda en agosto de 1814. Mi madre ya estaba embarazada de Cäcilie.
Muchos detalles de
mi primera infancia me han hecho preguntarme quién fue realmente mi padre. El
buen Geyer me inscribió en las Escuelas de Leipzig y Dresde en las que estudié
como Richard Geyer. ¿Era sólo una muestra de afecto? Nunca lo supe a ciencia
cierta mientras estuve entre vosotros. Nietzsche iba diciendo por ahí que le
confesé que Geyer era mi verdadero padre. Y la buena de Cosima contaba que le
dije que era Friedrich Wagner. No les hagáis caso a ninguno de los dos, uno por
inquina y la otra por amor serían capaces de decir cualquier cosa.
Sin embargo el tema
me preocupó durante toda mi vida, o acaso pensabais que era casualidad que mis
héroes Tristan, Siegfried y Parsifal no hubieran conocido a sus padres. Es más
Siegfried es criado por Mime, una voz que en alemán puede utilizarse para
referirse a un actor. Eso si, quede claro que Mime es malo, malísimo y no tiene
nada que ver con mi buen padre Geyer. Esas son las licencias que se puede
permitir un genio como yo.
En 1815 y tras el
Congreso de Viena, el Rey Federico Augusto I de Sajonia fue restituido en su
cargo, y mi padre Geyer pasó a ser Actor de la Real Corte y un joven músico,
amigo de mi padre, de tan sólo treinta y un años, fue nombrado Kapellmeister de
la Real Corte de Sajonia. Se llamaba Carl Maria von Weber.
A los cuatro años
debuté en mi primer papel teatral. Fui el Ángel en una pieza de Weber titulada En
los viñedos del Elba. Pero mi primer papel importante fue en un Guillermo
Tell de Schiller, en el que participaba mi padre. Mi hermana Klara y yo
eramos los hijos de Tell. Sólo tenía que decir la frase – madre, nunca te
abandonaré– pero al ver que mi hermana abandonaba el escenario, salí tras
ella gritando –Clarita, no me dejes, me voy contigo– Al público le
encantó y me dedicó una sonora ovación.
Lo malo fue que mi
buen padre me iba a dejar también muy pronto, falleció en 1821. Geyer quería
que yo fuese pintor, cosa que no se me daba bien, pero habréis notado que en
casi todos mis retratos aparezco con una gorra de pintor. Tampoco había tenido
especial interés por la música, aunque podía tocar alguna pieza sencilla al
piano. La víspera de su fallecimiento oí como Geyer dijo a mi madre con voz
queda, refiriéndose a mi: ¿tendrá quizá talento para la música?
Tras la muerte de
mi padre adoptivo, pasé una odisea de maestro en maestro, incluido mi tío
Adolf, que al final harto de mi me mandó, para mi regocijo, con mi familia a
Dresde. Weber, el amigo de mi padre adoptivo, había estrenado una ópera con
gran éxito, se titulaba El cazador furtivo. Weber había continuado
visitando a mi familia, y me cogió mucho afecto, tanto que me invitó a
presenciar su ópera. Pero no sólo como espectador, gracias a él pude ver la
obra desde bastidores. Os tengo que confesar que el tema de la obra, a mis
nueve años me produjo más de una pesadilla. Pero Weber, que había llegado a ser
mi ídolo también iba a irse pronto. Falleció en Londres cuando yo tenía trece
años. No podía imaginarme, en ese momento, que años más tarde iba a ser un
sucesor suyo en la Ópera de Dresde y me iba a encargar de repatriar sus restos
mortales. La verdad es que siempre tuve mucho afecto a Weber, o pensáis que es
casualidad que en una obra llena de marineros como El holandés errante,
el personaje de Erik, el tenor, sea cazador.
Escena de la Garganta del Lobo de El cazador furtivo de Weber
que producía pesadillas en el joven Wagner
que producía pesadillas en el joven Wagner
En 1827, año de mi
confirmación, decidí cambiar definitivamente mi nombre, ya no iba a ser nunca
más Richard Geyer, a partir de entonces el mundo me tendría que conocer como
Richard Wagner.
Volvimos a Leipzig,
y fui inscrito en la Nikolai Schule, pero mi verdadero maestro fue mi tío
Adolf, con él conocí a Shakespeare, a Goethe, a Dante. Lo tenía decidido con
toda la madurez de mis quince años, iba a ser poeta. Y me puse manos a la obra,
escribí una tragedia titulada Leubald y Adelaide, y lo de tragedia, es
con letras mayúsculas, pues cuarenta y dos personajes morían en escena. Mi tío
tuvo la ocurrencia de enseñar la obra a mis hermanas, que lloraron de risa al
leerla. Pero yo sabía que había ocurrido, la obra estaba incompleta, le faltaba
el elemento más importante, la música. Ese día lo vi claro, iba a ser
compositor. Iba a crear la obra de arte total.
Pero yo no sabía
música, un pequeño problema sin importancia. Alquilé, por mi cuenta y riesgo,
el Tratado de música y composición de Logier a Friedrich Wieck, el padre
de Clara, Clara Schumann. De esta manera contraje mis primeras deudas. Con ese
pobre bagaje y unas cuantas clases de composición fui capaz de escribir algunas
obras y realizar una reducción para piano de la Novena Sinfonía de
Beethoven.
Pero el veneno de
la ópera seguía. Vi a Wilhelmine Schröder-Devrient en Fidelio de
Beethoven. A mis dieciséis años estaba fascinado. Con el tiempo sería la
primera protagonista de mis éxitos.
Christa Ludwig también hubiera fascinado al joven Wagner
cantando Fidelio de Beethoven
Las revueltas de
Dresde de 1830, consecuencia de la Revolución de París me entusiasmaron. Se
nota que ya me iba lo de ser revolucionario, aunque todo acabó con una tremenda
borrachera y una buena bronca de mi madre.
Finalmente, y tras
el fracaso de una obertura escrita a tres tintas, con un reiterativo golpe de
timbal, que produjo la hilaridad del público; mi madre me inscribió en la
Thomas-Schule con el Kantor Theodor Weinlig. Weinlig me enseñó la
profesión. Me hacía componer áridas fugas y me decía: joven, seguramente
usted no componga ninguna fuga, pero con esto está usted ganando su
independencia. Tras siete meses de estudios con Weinlig, ya era compositor.
Treinta y cuatro años más tarde cerré el segundo acto de Los maestros
cantores de Núremberg con una soberbia fuga, en homenaje a mi maestro.
Sé que os gustaría
saber más, pero tendrá que ser en otro momento.
Escena de la pelea del final del segundo acto de Los maestros
cantores de Nuremberg, resuelta por Wagner con una fuga, homenaje
a su Maestro, el Thomaskantor Theodor Weinlig
Leí el artículo en su día en el Estornino, me alegro de que lo hayas recuperado. El pequeño Richard ya prometía! xD
ResponderEliminarFeliz 201 cumpleaños, Herr Wagner. Que cumpla muchos más y que nosotros lo escuchemos.
Pues gracias por leerlo dos veces ;-)
EliminarLa verdad es que "Ricardito" no fue un jovencito fácil, cosas de los genios ya desde la infancia.