martes, 13 de enero de 2015

Bruckner, los críticos, los musicólogos y el viejo Kna

Anton Bruckner nacido en la rural Ansfelden (Alta Austria) en 1824 y fallecido en la imperial Viena en 1896 fue un compositor... singular. 

Uno de los sinfonistas más grandes de todos los tiempos, para algunos estudiosos el más grande, pasó los cuarenta primeros años de su vida sin componer música orquestal, para sorprender al mundo en los últimos treinta con una serie de nueve extraordinarias sinfonías. En realidad Bruckner compuso once sinfonías. Comenzó en 1863 con la Sinfonía en fa menor, llamada De estudio o Doble cero. Bruckner tenía ya 39 años. Hasta 1869 hubo que esperar para que Bruckner completara la Sinfonía en re menor, conocida como Cero. En este periodo Bruckner ya estaba trabajando en la sinfonía que considerará digna para iniciar su catálogo, La Sinfonía en do menor n° 1, estrenada en Linz en 1868.

Este periodo que va hasta la composición de la Sinfonía n° 1, es el que pasa Bruckner como organista en la Abadía de Sankt Florian y más tarde en Linz. En 1868 Bruckner se trasladará a Viena.


Anton Bruckner en 1889 por Ferry Bératon


Bruckner pasa de ser el organista de un Monasterio en el campo y de la Catedral de una ciudad de provincias para ir a vivir a la capital del mundo musical para ser profesor de su Universidad. Mozart, Haydn, Beethoven, Schubert y en este momento Brahms, que será su oponente, han brillado en la capital austriaca, con más o menos fortuna. Pero Bruckner tiene un problema, es un pueblerino en la gran ciudad.

Además se va a encontrar con otra dificultad. Bruckner ha estudiado las partituras de El holandés errante y Tannhäuser de Wagner. En junio de 1865 asiste en Múnich a una representación de Tristan e Isolda. Bruckner impresionado se convierte en uno de los mayores defensores de Wagner, al que dedicará más tarde su Sinfonía n° 3.

Brahms reina en la capital del Imperio Austro-Húngaro apoyado por su incondicional Eduard Hanslick, crítico de gran influencia que escribía en Die Neue Freie Presse. Eduard Hanslick es profundamente antiwagneriano, aún más desde que se ha visto refelejado en el personaje de Beckmesser en Los maestros cantores de Núremberg. Si bien no es fácil atacar a Wagner, que está acostumbrado a todo y que ya está a punto de estrenar El anillo del nibelungo en su particular reino de Bayreuth; ese pueblerino de la Alta Austria, que fue a la capital para triunfar con sus sinfonías, es el blanco perfecto.

Los primeros estrenos en Viena son un desastre. Además las obras son calificadas muchas veces de inejecutables. Aquí empezarán a tener importancia los nombres de Ferdinand Löwe y Franz Schalk, amigos de Bruckner, que convencerán al compositor de realizar cambios en las sinfonías para que puedan ser aceptadas por un público que se muestra reacio. Algunos cambios como los de las Sinfonías n° 4 y n° 8 serán un éxito y mejorarán las versiones originales. En otros casos como en las Sinfonías n° 2 y n° 3, tenemos tal galimatías de versiones y ediciones que resulta muy complicado saber cuál es más satisfactoria. Pero lo peor vino con la edición de la Sinfonía n° 5 por parte de Franz Schalk, fuertemente mutilada sin aportar nada positivo. Esta versión ha dejado de interpretarse, afortunadamente, al recuperarse la versión original.

Bruckner hacía cambios en sus sinfonías, pero las críticas no eran más favorables. Hasta el mismo Brahms las atacaba, las llamaba boas sinfónicas.

Conozcamos la historia de una da las sinfonías de Bruckner, sus problemas, sus versiones, su estreno exitoso y su controversia en el siglo XX.

Estamos en 1887. Tras tres años de trabajo Anton Bruckner ha concluido una sinfonía en do menor, la tercera que ha compuesto en esa tonalidad. Esta sinfonía, la número ocho del catálogo bruckneriano está sin estrenar. Es una obra monumental, grandiosa, dejará boquiabierta a la audiencia cuando la escuche. Pero hay un problema. Hermann Levi el director elegido para el estreno, el director que ha estrenado Parsifal la última obra de Wagner, se ve incapaz de traducir la obra en sonido. Es un libro cerrado, como Levi mismo explicará. Bruckner, desesperado, se pondrá a trabajar en una nueva versión. Nueva versión que supondrá tres años más de trabajo, teniendo en cuenta que el buen Anton estaba trabajando a la vez en la ¡tercera! versión de la Sinfonía n° 3. Finalmente, en marzo de 1890 la sinfonía estará lista. 

Felix von Weingartner estuvo a punto de estrenar la obra en Mannheim en 1891, pero el estreno fue aplazado. El 18 de diciembre de 1892, con la Filarmónica de Viena dirigida por Hans Richter tuvo lugar el exitoso estreno. Francisco José I Emperador de Austría y dedicatario de la obra preguntó a Bruckner si podía hacer algo por él. En la respuesta volvió a aparecer el pueblerino Bruckner, que pidió al Emperador que prohibiera al Señor Hanslick que se metiera tanto con él y su obra.

La Octava Sinfonía de Bruckner es una obra monumental. Llegó a recibir el nombre de Apocalíptica por parte de algunos críticos de la época. Otros estudiosos la consideran la cumbre sinfónica del siglo XIX. La realidad es que es una obra maestra absoluta, uno de esos diez discos imprescindibles que uno se llevaría a una isla desierta, según esa estupidez tan humana de llevarse cosas a una isla desierta, se supone que sin electricidad, o meter las cosas en listas de mil que hay que hacer antes de morir.

La sinfonía se inicia con un Allegro moderato. Dubitativa, ambigua, recordando el inicio de la Novena de Beethoven, de la que copiará el esquema, con el scherzo en segundo lugar y el adagio en tercero. Poco a poco emerge el primer tema, poderoso para dar paso a un segundo tema mucho más moderado que nos irá descubriendo su belleza melódica. En el desarrollo se producirán espisodios fuertemente disonantes cuando el primer tema toma el protagonismo. En la versión revisada el movimiento acabará sin triunfalismo en do menor, en la versión original una poderosa y triunfal coda en do mayor cerraba el movimiento.

El segundo movimiento Scherzo. Allegro moderato, es el scherzo más largo compuesto por Bruckner. Aquí es donde se producen más cambios entre la versión original y la revisada. Realmente, el trio, la parte central del scherzo es totalmente diferente en las dos versiones, hay que decir que la versión revisada tiene mucha más calidad. En el Scherzo se hace referencia a la figura de Der deutsche Michel Miguel, el alemán, una personificación idealizada en el siglo XIX del carácter del alemán. Al comienzo del trio vemos a Miguel, el alemán, soñando.

Llegamos al tercer movimiento, el Adagio. Feierlich langsam, doch nicht schleppend (Majestuoso, lento, sin arrastrarse). Este movimiento es uno de los momentos mágicos de la historia de la música. Una música bellísima, a la altura del genio de Bruckner, todo lo pueblerino que queramos, pero compositor genial. Hasta aquí la sinfonía nos ha descubierto grandes bellezas, pero todo palidece ante esta música. Una melodía implorante inicia el movimiento, tímida, parece que no puede crecer. Cada vez que culmina su anhelante discurso con las cuerdas, las arpas, triplicadas, cierran la frase. Aparece el segundo tema del adagio, en los violoncellos, un tema de belleza similar al primero, pero mucho más afirmativo y decidido. Con el desarrollo de estos dos temas Bruckner nos lleva a un climax orquestal sólo conseguido antes en el bellísimo adagio de su Séptima Sinfonía. La música se relaja y poco a poco el movimiento muere con una sensación de paz difícil de igualar.
Bruckner cortó bastantes compases del Adagio en la versión revisada y modificó el climax del movimiento, que, en la versión original, culminaba con el tema del Grial del wagneriano Parsifal.

Tras el remanso de paz del tercer movimiento, llegamos al Finale, descrito por Bruckner como Feierlich, nicht schnell (Majestuoso, pero no rápido). Los timbales y los metales nos sacan de la ensoñación con un poderoso tema que recuerda una briosa cabalgada. Cuando la orquesta vuelve a la calma, el segundo tema nos va descubriendo nuevas bellezas aquí y allá, como si fuera un caminante que se recrea en algunos puntos del camino para admirar el paisaje.  Aún utilizará Bruckner un tercer grupo temático, que recuerda un rítmo de marcha. Se acerca el final de la obra y aparece el tema principal del primer movimiento. Un silencio nos lleva a la coda, la más grandiosa de todas las sinfonías de Bruckner. Si la música de las esferas existe, debe ser algo muy parecido a este final. Bruckner cita todos los temas principales de los anteriores movimientos, dando protagonismo finalmente al tema principal del primero que acaba la obra con un triunfal Do mayor
Las diferencias entre las dos versiones radican en el buen número de compases que Bruckner cortó en el desarrollo del movimiento.

Tanto trabajo realizado en revisar las sinfonías anteriores hizo que Bruckner no pudiera concluir su última obra. El 11 de octubre de 1896, un plomizo día de otoño, Anton Bruckner fallecía en Viena, dejando inacabada su Novena Sinfonía que nuestro compositor había dedicado Al buen Dios. Los amigos de Bruckner, Schalk y Löwe a la cabeza, se aprestaron con devoción a cuidar el testamento artístico de Bruckner, preparando las primeras ediciones de su obra. La Novena Sinfonía fue estrenada en Viena por Ferdinand Löwe en 1903.

Iban pasando los años y la obra de Bruckner se iba imponiendo en las salas de conciertos. Esta mayor popularidad de Bruckner hizo que poco a poco los musicólogos se fuesen preguntando qué Bruckner se estaba interpretando. La respuesta en muchos casos era un Bruckner desfigurado, por la influencia en muchos casos de unos bienintencionados amigos, que en el fondo habían hecho más mal que bien.

Poco a poco surgieron los primeros movimientos para recuperar la verdadera cara de la obra de Bruckner. El musicólogo austriaco Robert Haas comenzó en los años 30 su trabajo de la primera edición de las obras de Bruckner. En 1939 Haas realizó una edición de la Octava Sinfonía. Cuando llegó a esta sinfonía decidió recuperar material de la versión original y restaurarlo en la versión revisada, sus razones eran que ese material, en el adagio y en el finale había sido cortado con torpeza y contra la verdadera voluntad de Bruckner. La edición Haas de la Octava Sinfonía se impuso inmediatamente. Wilhelm Furtwängler a la cabeza de los principales directores de orquesta le dio su bendición al programarla repetidamente en los conciertos.

Años más tarde, Leopold Nowak, otro musicólogo austriaco, realizó la edición completa de todas las obras de Bruckner. Al llegar a la Octava Sinfonía realizó la edición de la versión original y de la revisada libres de errores, criticanto a Haas por haber utilizado las dos versiones para su edición, atentando contra uno de los principios de lo que es una edición crítica, mezclar dos fuentes diferentes. Las primeras integrales de las Sinfonías de Bruckner se basaron en la Edición Nowak (Jochum, Solti, por ejemplo. Karajan utilizó ambas ediciones, Haas en la Octava).

En los años 70 nos encontrábamos en una situación que rozaba lo absurdo a la hora de entender el corpus sinfónico de Bruckner. Existían treinta y cuatro versiones diferentes de las nueve sinfonías, todas impresas y listas para ejecutarse en una sala de conciertos. En 1975 el prestigioso musicólogo Deryck Cooke, autor de la versión ejecutable de la Décima Sinfonía de Mahler, escribió un magnífico ensayo El problema Bruckner simplificado. En este ensayo, Cooke se inclinaba por casi todas las versiones debidas a Haas, sobre las de Nowak. En el espinoso tema de la Octava Sinfonía, Cooke, pese alabar la profesionalidad de Nowak, habla de que el caso de esta sinfonía es único y recomienda la versión de Haas. Con el gran prestigio de Cooke, poco a poco, la edición Haas se fue imponiendo, aunque tras el centenario de Bruckner en 1996 y la recuperación de versiones originales, incluidas las de la Cuarta y Octava Sinfonías el problema de Bruckner, no sólo no se ha simplificado, sino que ha ganado complejidad. En este momento hay al menos cuatro grabaciones de la versión original de la Octava Sinfonía de Bruckner (Inbal, Tintner, Russell Davies y Nagano) que se suman a las existentes en las versiones de Haas y Nowak. Creo que el problema de Bruckner se quedará para siempre sin solución.

Pero antes de acabar con esta prolija historia de versiones, ediciones, envidias y asuntos que poco tienen que ver con el arte, volvamos a la década de los 40, cuando la Edición Haas de la Octava Sinfonía daba sus primeros pasos. He comentado que directores tan influyentes como Furtwängler apoyaron la edición, pero no fueron todos los directores importantes los que la apoyaron, hubo uno que nunca la dirigió.

Para Hans Knappertsbusch había tres compositores absolutos, Beethoven, Bruckner y Wagner. El amor de Knappertsbusch por la Octava Sinfonía de Bruckner no andaba muy a la zaga del que sentía por Parsifal. Con los años, ese amor se intensificó y Knappertsbusch programaba una y otra vez la obra. Hasta cinco versiones diferentes se conservan de la obra dirigida por Kna. Pero Knappertsbusch nunca dirigió la versión de Robert Haas, siempre interpretaba la partitura del estreno editada por Schalk e impresa por Oberleithner. 

Hans Knappertsbusch

Los motivos de Knappertsbusch eran varios. Para él no había motivo para sospechar de las malas intenciones de Schalk o Löwe, amigos de Bruckner y personas muy respetables. De hecho malas intenciones no tuvieron, pero en algunos casos como el la mencionada versión Schalk de la Quinta Sinfonía la obra quedó totalmente desfigurada. Por otra parte Knappertsbusch dudaba de los musicólogos, una especie de burócratas de la música que tenían que justificar de alguna manera su trabajo con teorías alejadas del verdadero hecho artístico. En fin, algo de razón tenía Kna en este punto. 

Lo cierto es que se necesitaba una edición que mostrase el lado más auténtico de la obra de Bruckner, y en ese sentido el trabajo de Robert Haas dentro de la Sociedad Internacional Bruckner fue un paso muy importante. El problema, y ahí radica otra de las razones de Knappertsbusch para alejarse del trabajo de Haas, es que por las fechas en que se realizó la Edición Haas fue financiada por el partido nazi y el propio Haas llegó a ser miembro del partido. Knappertsbusch que tenía atragantados a los nazis realizó un acto más de rebeldía al no querer apoyar este trabajo. 

Al final de su vida, Furtwängler, que había apoyado la versión Haas de la Octava Sinfonía, le volvió la espalda, y puso en los atriles la versión revisada de 1890 impresa por Oberleithner.

Cooke en su ensayo, ya mencionado, incluyó esta versión dentro de las espurias y que debían dejar de interpretarse. Es cierto, pero cuando Knappertsbusch la grabó, no existía la edición de Nowak, que en el fondo es la misma versión corregida de errores. Esto hizo que el Bruckner de Knappertsbusch cayese en el olvido por parte de esa crítica que lee juicios de otros y que escucha poco para forjar el propio. De paso, se daba más solidez a la imagen inmovilista de un Knappertsbusch que sólo era en los años 70 una pieza de arqueología musical. 

Por suerte, cuando se van a cumplir cincuenta años de la muerte de Knappertsbusch, la realidad es otra. Primero el disco privado y después las buenas ediciones basadas en las citas radiofónicas de sellos como Orfeo, Thara o Audite, nos han mostrado al gran director, original en cada una de sus interpretaciones y que nos legó un Bruckner de primerísimo nivel.

De las Octavas de Knappertsbuch me quedo con la grabada con la Filarmónica de Berlín en 1951 (Tahra, Audite), poderosa, espontánea como trazada de una línea. Sin embargo, prefiero incluir en el blog la de 1963 con la Filarmónica de Múnich grabada en estudio por Westminster (DG su actual propietaria la reeditó hace unos años). Es una versión más lenta, camerística, Knappertsbusch está empeñado en que oigamos toda la belleza de la obra, en que no se quede un matiz por descubrir. La versión será todo lo espuria que quieran los musicólogos, pero allá ellos si se quieren privar de esta belleza. 




1 comentario:

  1. Mucho más que excelente reflexión acerca de esta hermosa obra y,desde mi humilde punto de vista,su más primoroso intérprete.un millón de gracias.

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