En el mundo de la ópera ha habido siempre un momento que resultaba
peliagudo en todas las representaciones, el cambio de escenario. Los
compositores utilizaban generalmente piezas orquestales para amenizar las
pausas, que en los teatros de los siglos XVIII y XIX podían prolongarse durante
bastante tiempo. Esas músicas, los “intermedios” o “entreactos”, llegaron a
hacerse célebres, incluso funcionando como piezas de concierto. Mención
especial merecen los “entreactos” de Carmen de Georges Bizet que junto a
otros momentos de la ópera forman sus dos célebres Suites.
La realidad es que esas pausas y esas músicas rompían la continuidad
dramática. Con el desarrollo de la ópera del siglo XIX, los compositores
empezaron a buscar otras soluciones que mantuviesen la tensión teatral.
Fue un proceso paralelo a la disolución de los números tradicionales como el
“recitativo, aria y cabaletta”, típico de ópera italiana de principios del XIX,
que para que la soprano nos dijese que estaba enamorada del tenor, nos tenía
quince minutos demostrando sus cualidades vocales con agudos y coloraturas
imposibles.
Los dos grandes del XIX, Verdi y Wagner, se encargarán de que la ópera
se convierta en otra cosa diferente a la que heredaron, cada uno por su camino.
Con el tema de los interludios, nos vamos a quedar con el Maestro alemán, que
fue el que más se ocupó de este tipo de recurso dramático.
Ya en el primerizo El holandés errante Wagner se imaginó una
obra sin pausas, los cambios de acto tenían unas breves transiciones musicales
que pasaban del material temático del acto que terminaba a introducir los temas
musicales del acto que comenzaba, así el primer acto acaba con la canción de
los marineros noruegos que se convierte en el tema de las hilanderas. En el
segundo acto el tema final del terceto muta a la canción de los marineros con
la que comenzará el acto tercero.
En Tannhäuser sólo hay un cambio de escena en medio de un acto,
es el paso del Venusberg al Valle del Wartburg, es una transición
rapidísima apoyada en la canción del pastorcillo. La marcha y posterior
coro de los invitados del acto segundo sirve para que el escenario se vaya
llenando de cantantes, no es un cambio de escena.
En Lohengrin aparece el primer gran cambio de escena en el
transcurso de un acto que compone Wagner. Ya en el acto segundo nos anticipa un
interludio con el amanecer entre la escena de la pareja de la oscuridad (Ortrud
y Telramund) y la llegada del Heraldo. El verdadero cambio de escena se produce
en el acto tercero, Elsa acaba de hacer la pregunta prohibida en la cámara
nupcial, el innominado caballero mata a Telramund que le ataca a traición y
pide a las doncellas de su esposa que la preparen porque va a dar respuesta a
su pregunta. En ese momento y tomando la música del final de la cámara nupcial
Wagner hace una transición con el amanecer como protagonista y las dianas que
despiertan a los caballeros, para pasar progresivamente a una poderosa marcha
que nos llevará a las riberas del Escalda.
En El oro del Rin, obra en un solo acto, Wagner nos deja tres
transiciones espectaculares, desde las profundidades del Rin a las montañas,
con el tema del Walhalla como protagonista y luego en el descenso y regreso del
Nebelheim, cómo olvidar los dieciocho yunques sonando en lo que es la primera
descripción musical de una producción en cadena.
La walkyria tiene una transición entre las
montañas en las que se refugia Wotan de las iras de Fricka y el bosque por el
que huyen Sieglinde y Siegmund. La transición se realiza sobre la música del anuncio
de la muerte, que alcanzará al valiente welsungo al final de este acto.
Aquí quedará interrumpido El anillo del nibelungo. En Tristan
e Isolda no hay ningún cambio de escena en el transcurso de un acto. El
siguiente se produce en el tercer acto de Los maestros cantores de
Núremberg, con el paso de la vivienda de Hans Sachs a la pradera del
festival. Una fanfarria nos llevará al
desfile de las corporaciones, en el ambiente más festivo compuesto por Wagner.
Retomada al fin la Tetralogía, Wagner compondrá la transición
entre la escena de Siegfried con Wotan y la de la roca de Brünnhilde, como no
podía ser de otro modo, con la música del fuego mágico en la que suena la
alegre trompa de Siegfried.
Parece que Wagner estaba esperando a sus últimas obras para componer
sus más célebres transiciones. En el postrero Parsifal, Wagner escribirá
dos soberbias músicas de la transformación entre el claro al borde de un
lago y el templo del Grial, en los actos primero y tercero. Las músicas se
llaman así porque Wagner ideó que el cambio de escenario se hiciera a telón
abierto. Ya lo dice Gurnemanz al empezar la del primer acto, aquí el tiempo
se transforma en espacio.
En El ocaso de los dioses son tres los cambios de escena. En el
prólogo, entre la escena de las Nornas y la roca de Brünnhilde suena el Amanecer
y entre esta escena y el palacio de los gibichungos sonará el Viaje de
Siegfried por el Rin, ambas se suelen interpretar juntas como brillantísima
pieza de concierto.
Pero todo lo dicho hasta ahora sólo era la introducción para hablar de
la más célebre de las músicas de transición wagnerianas, conocida, curiosamente,
por el nombre que Wagner no le dio. Se trata de la impresionante Marcha
Fúnebre de Siegfried, aunque su verdadero título es Trauermusik, o
sea, Música Fúnebre.
"Muerte de Siegfried" ppr Howard Pyle (1899) |
Estamos en el bosque, en la partida de caza organizada para asesinar a
Siegfried, Hagen con un engaño le ataca a traición, suena la maldición del
anillo. Siegfried en el último momento ha recuperado la memoria, canta su
despedida a su verdadero amor, Brünnhilde, y cae muerto. Los hombres le llevan
en cortejo fúnebre, la escena cambiará y al finalizar la música estaremos en el
palacio de los gibichungos.
Escuchemos la Música Fúnebre de El ocaso de los dioses en la interpretación de Hans Knappertsbusch con la Orquesta Filarmónica de Viena, grabada en estudio en 1956 y veamos qué temas desarrolla Wagner en esta impresionante música.
Sombríos golpes de timbal, Siegfried ha muerto. Aparece el motivo de la muerte
(0:20). Tras la introducción suena un tutti orquestal, un golpe (1:14) y
comienza la verdadera música fúnebre. Van a desfilar todos los motivos
importantes en la vida de Siegfried. El primero, en los metales, el de los
welsungos, Siegfried es descendiente de ellos (1:30). El tema va creciendo,
pese a los golpes que recuerdan el tema de la muerte. Hay un breve remanso lírico,
las maderas y el arpa recuerdan los motivos del inicio de La walkyria,
la música evoca a Sieglinde, la madre del héroe caído, y su diálogo con Siegmund, cuando éste le responde ya sabes mujer que pregunta porque no puedo llamarme Mensajero de la Paz. Se inicia una melodía sobre el tema de Nothung, la espada (3:05), que desemboca en el tema del Walhalla en un brillantísimo crescendo de la trompeta, al igual que ocurrió cuando Siegmund obtuvo la espada (3:37). No olvidemos que Siegfried es el nieto de Wotan. Nuevos golpes que nos
recuerdan el motivo de la muerte para desembocar ya en el tema de Siegfried que
toma el protagonismo (4:11). Al alcanzar el climax se une con el tema de la felicidad en la roca de
Brünnhilde (5:11). Comienza el diminuendo tras el climax orquestal, suena nuevamente el
tema de Brünnhilde, el último recuerdo del héroe. Se ha cumplido su destino. Ya
estamos en el palacio de los gibichungos (6:37). Suena una vez más la maldición
del anillo (6:47). Sólo queda esperar a que Brünnhilde encienda la pira
funeraria de Siegfried para que se consume el ocaso de los dioses. En todo este desfile de motivos, ni el anillo, ni el tesoro han tenido cabida, para Siegfried no eran importantes, sólo tengo mi vida y la gasto viviendo, dice a Gunther en el primer acto.
Cuando un escenógrafo con imaginación y sin ganas de poner el Walhalla en la Estación Espacial Internacional, no sé para qué daré ideas, se enfrenta a esta pieza, el resultado puede ser espectacular. Así ocurrió en el Anillo de Valencia, dirigido musicalmente por Zubin Mehta (2008-2009) y escénicamente por Carlus Padrissa con su grupo La fura dels Baus. Siegfried muere, los hombres lo cargan a hombros y se llevan el cadáver hacia el lateral del escenario. Cae un telón translúcido y en él se proyecta a la Orquesta dirigida por Zubin Mehta. Es una maniobra de distracción, ya que de repente ves pasar el cortejo fúnebre por medio del patio de butacas. Cuando suena el tema del Walhalla y se culmina el primer crescendo, los hombres alzan el cuerpo de Siegfried, consiguiendo un efecto dramático que hace que la sala casi suelte una exclamación. Los que hemos tenido la suerte de verlo en vivo quedamos fuertemente impresionados. Al llegar a casa después de esa representación de El ocaso de los dioses, me fui directo al ordenador, me conecté a internet y compré una entrada para la siguiente representación, pudiendo elegir una localidad por la que pasaba directamente el cortejo fúnebre.
La Marcha Fúnebre de Siegfried ha seguido impactando durante el siglo XX, buena prueba de ello es la utilización de la misma en la banda sonora de la película de John Boorman Excalibur (1981), que sigue impresionando en el momento en que el tema de Nothung-Walhalla suena emparentado con su prima Excalibur. Para finalizar, os dejo con el comienzo del film. Qué lo disfrutéis.
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